7 de octubre de 2015

Chica joven leyendo


Jean-Honoré Fragonard

Intento de escapada

 
  
Miguel A. Hernández

La mujer que yo quiero


La mujer que yo quiero no necesita
bañarse cada noche en agua bendita.
Tiene muchos defectos, dice mi madre,
y demasiados huesos, dice mi padre.

Pero ella es más verdad que el pan y la tierra.
Mi amor es un amor de antes de la guerra
para saberlo...
La mujer que yo quiero no necesita
deshojar cada noche una margarita.

La mujer que yo quiero es fruta jugosa
prendida en mi alma como cualquier cosa.
Con ella quieren dármela mis amigos
y se amargan la vida mis enemigos

porque sin querer tú te envuelve en su arrullo
y contra su calor se pierde el orgullo
y la vergüenza...
La mujer que yo quiero es fruta jugosa
madurando feliz, dulce y vanidosa.

La mujer que yo quiero me ató a su yunta
para sembrar la tierra de punta a punta
de un amor que nos habla con voz de sabio
y tiene de mujer la piel y los labios.

Son todos suyos mis compañeros de antes:
mi miedo, mi escalera y mis amantes.
¡Pobre Juanito...!
La mujer que yo quiero me ató a su yunta
pero, por favor, no se lo digas nunca.

Pero, por favor, no se lo digas nunca...


Carlos Chaouen
(Letra de Joan Manuel Serrat)

1 de octubre de 2015

San Andrés y san Francisco


El Greco

Comentario
(por Francisco de Asís García)

Hombres buenos

El aguardiente y la conversación de hace un rato le han fijado en la cabeza imágenes antiguas, recuerdos que rinden ahora mal servicio. Y entre ellos flota uno especialmente incómodo: el rostro cansado y los bigotes grises de aquel teniente, de nombre olvidado, que hace dieciocho años cargó, seguido sólo por un corneta, en el desfiladero de La Guardia.

No es, para ser exactos, remordimiento lo que agita el espíritu de Raposo. Sería demasiado pintoresco, en su caso. Igual que la mayor parte de los seres humanos, los individuos como él encuentran con facilidad justificaciones para cada uno de los actos de su vida, por crudos o miserables que sean; y raro es quien arrastra consigo más fantasmas de los que le conviene soportar. El suyo, esta noche, es más bien un recuerdo melancólico: una incómoda certeza de tiempo pasado y distancia irreparable. Quizá, también, de ocasiones perdidas. Al recordar el rostro de aquel oficial mientras sacaba el sable de la vaina y gritaba órdenes sabiendo que nadie las iba a cumplir, picando luego espuelas sin volverse a mirar atrás, Raposo se entristece más por lo que en otro tiempo pudo ser y no fue, que por otra cosa. Por sí mismo, en realidad. Por el hombre que en él dejó de existir, o de ser posible, apenas tiró de la rienda de su caballo, deteniéndolo como todos los otros, frente a aquel polvoriento desfiladero portugués. Es la suya, en fin, una melancolía tocante a su propia juventud, al tiempo transcurrido. A quienes pasaron por su lado sin que él retuviese de ellos lo que, tal vez, habría podido ayudarlo a dormir mejor en horas como ésta.

Arturo Pérez-Reverte

Y sin embargo


De sobras sabes que eres la primera,
que no miento si juro que daría
por ti la vida entera,
por ti la vida entera;
y, sin embargo, un rato, cada día,
ya ves, te engañaría
con cualquiera,
te cambiaría por cualquiera.

Ni tan arrepentido ni encantado
de haberme conocido, lo confieso.
Tú que tanto has besado
tú que me has enseñado,
sabes mejor que yo que hasta los huesos
sólo calan los besos
que no has dado,
los labios del pecado.

Porque una casa sin ti es una emboscada,
el pasillo de un tren de madrugada,
un laberinto
sin luz ni vino tinto,
un velo de alquitrán en la mirada.

Y me envenenan los besos que voy dando
y, sin embargo, cuando
duermo sin ti contigo sueño,
y con todas si duermes a mi lado,
y si te vas me voy por los tejados
como un gato sin dueño
perdido en el pañuelo de amargura
que empaña sin mancharla tu hermosura.

No debería contarlo y, sin embargo,
cuando pido la llave de un hotel
y a media noche encargo
un buen champán francés
y cena con velitas para dos,
siempre es con otra, amor,
nunca contigo,
bien sabes lo que digo.

Porque una casa sin ti es una oficina,
un teléfono ardiendo en la cabina,
una palmera
en el museo de cera,
un éxodo de oscuras golondrinas.

Y cuando vuelves hay fiesta
en la cocina
y bailes sin orquesta
y ramos de rosas con espinas,
pero dos no es igual que uno más uno
y el lunes al café del desayuno
vuelve la guerra fría
y al cielo de tu boca el purgatorio
y al dormitorio
el pan de cada día.


Joaquín Sabina