20 de agosto de 2012

No sirves para nada

Cuando yo era pequeño
estaba siempre triste,
y mi padre decía,
mirándome y moviendo
la cabeza: hijo mío,
no sirves para nada.

Después me fui al colegio
con pan y con adioses,
pero me acompañaba
la tristeza. El maestro
graznó: pequeño niño,
no sirves para nada.

Vino, luego, la guerra,
la muerte -yo la vi-
y cuando hubo pasado
y todos la olvidaron,
yo, triste, seguí oyendo:
no sirves para nada.

Y cuando me pusieron
los pantalones largos,
la tristeza en seguida
cambió de pantalones.
Mis amigos dijeron:
no sirves para nada.

En la calle, en las aulas,
odiando y aprendiendo
la injusticia y sus leyes,
me perseguía siempre
la triste cantinela:
no sirves para nada.

De tristeza en tristeza
caí por los peldaños
de la vida. Y un día,
la muchacha que amo
me dijo -y era alegre-:
no sirves para nada.

Ahora vivo con ella,
voy limpio y bien peinado.
Tenemos una niña
a la que, a veces, digo
-también con alegría-:
no sirves para nada.

José Agustín Goytisolo