21 de septiembre de 2015

Junio


Alejandra Caballero

El coronel no tiene quien le escriba

El administrador se dirigió directamente hacia ellos. El coronel retrocedió impulsado por una ansiedad irresistible tratando de descifrar el nombre escrito en el sobre lacrado. El administrador abrió el saco. Entregó al médico el paquete de los periódicos. Luego desgarró el sobre de la correspondencia privada, verificó la exactitud de la remesa y leyó en las cartas los nombres de los destinatarios. El médico abrió los periódicos.
-Todavía el problema de Suez -dijo, leyendo los titulares destacados-. El occidente pierde terreno.
El coronel no leyó los titulares. Hizo un esfuerzo para reaccionar contra su estómago. «Desde que hay censura los periódicos no hablan sino de Europa», dijo. «Lo mejor será que los europeos se vengan para acá y que nosotros nos vayamos para Europa. Así sabrá todo el mundo lo que pasa en su respectivo país.»
-Para los europeos América del Sur es un hombre de bigotes, con una guitarra y un revólver -dijo el médico, riendo sobre el periódico-. No entienden el problema.
El administrador le entregó la correspondencia. Metió el resto en el saco y lo volvió a cerrar. El médico se dispuso a leer dos cartas personales. Pero antes de romper los sobres miró al coronel. Luego miró al administrador.
-¿Nada para el coronel?
El coronel sintió el terror. El administrador se echó el saco al hombro, bajó el andén y respondió sin volver la cabeza:
-El coronel no tiene quien le escriba.
Contrariando su costumbre no se dirigió directamente a la casa. Tomó café en la sastrería mientras los compañeros de Agustín hojeaban los periódicos.
Se sentía defraudado. Habría preferido permanecer allí hasta el viernes siguiente para no presentarse esa noche ante su mujer con las manos vacías. Pero cuando cerraron la sastrería tuvo que hacerle frente a la realidad. La mujer lo esperaba.
-Nada -preguntó.
-Nada -respondió el coronel.
El viernes siguiente volvió a las lanchas. Y como todos los viernes regresó a su casa sin la carta esperada.


Gabriel García Márquez

Ojos de gata


Fue en un pueblo con mar
una noche después de un concierto
Tú reinabas detrás
de la barra del único bar que vimos abierto


Cántame una canción al oído
te sirvo y no pagas
Sólo canto si tú me demuestras
que es verde la luz de tus ojos de gata

Loco porque me diera
la llave de su dormitorio
esa noche canté
al piano del amanecer todo mi repertorio

Con el “quiero beber”
el alcohol me acunó entre sus mantas
y soñé con sus ojos de gata
pero no recordé que de mí algo esperaba

Desperté con resaca y busqué
pero allí ya no estaba
Me dijeron que se mosqueó
porque me emborraché y la usé como almohada

Comentó por ahí
que yo era un chaval ordinario
pero cómo explicar
que me vuelvo vulgar
al bajarme de cada escenario

pero cómo explicar
que me vuelvo vulgar
al bajarme de cada escenario


Los Secretos
(Primeros versos de Joaquín Sabina)

14 de septiembre de 2015

La Sagrada Familia


Bartolomé Esteban Murillo


(por Marta Poza Yagüe)

Prosas apátridas

Nuestra naturaleza tiende a expulsar el dolor, no a conservarlo. A los tres días de la muerte de T. pienso menos en ella y, cuando lo hago, no siento ya esa opresión en el pecho, en la garganta, esa opresión que, de no dominarla, se extiende rápidamente hacia la cara, deforma nuestros rasgos y se convierte en llanto. El dolor lo vamos echando por pequeños paquetes y sólo queda en nosotros el estupor, la indignación.

Una niña de ocho años, hermosísima, mimada, hija única de padres que la adoraban, padres inteligentes, hermosos también, de una posición holgada, que le garantizaban a su hija una vida que sería imposible predecir feliz, pero sí provista de todas las cartas para que no fuera desgraciada. Y esta niña es súbitamente víctima de una enfermedad incurable. En un año, entre ingresos y salidas del hospital, mejorías y recaídas, va perdiendo su belleza, sus cabellos, su vida, hasta convertirse en una muñequita triste, huesitos y piel transparente, que, aterrada, no acierta a explicarse lo que le sucede, no comprende por qué antes corría, jugaba, saltaba por parques, playas y jardines con otros niños y ahora tiene que estar en ese cuarto de hospital, sin poder moverse de la cama, rodeada de enfermeras, de hombres vestidos de blanco que la observan, la palpan, la punzan, y de sus padres que cada vez hablan menos, que envejecen cada día a su cabecera, que la miran convulsivamente, como algo que va dejando de ser suyo. Ignorante, inocente, está ya mordida por la muerte y, un día, de pronto, ya no vuelve a ver a sus padres, ni el oso de peluche con que dormía, ni ese librito con figuras, ni la jeringa que temía, ni nada. Toda ánima, todo soplo la abandona, queda arrugada, hueca, vana, pura envoltura, como un globo de fiesta desinflado.

La última vez que la vi, antes de su entrada definitiva al hospital, fue en su casa. Ya entonces, a pesar de una leve mejoría, se diría que no vivía sino que mimaba la vida. Le habían comprado un disfraz de española. Encantada se lo puso y dio un paseo por la sala, representando así, fugaz, vicariamente, un papel de adulta, de una adultez que nunca llegaría.

¿Por qué nos aflije tanto la muerte de un niño? ¿No es acaso lo mismo morir a los ocho años que a los treinta o los cincuenta? No, porque con los niños muere un proyecto, una posibilidad, mientras que con los adultos muere algo ya consumado. La muerte de un niño es un despilfarro de la naturaleza, la de un adulto el precio que se paga por un bien que se disfrutó.

Julio Ramón Ribeyro

Tuve que correr


Tuve que correr
cuando la vida dijo: "ve"
No hubo manera de pararme


Correr que fue volar
beber de un solo trago todo el mar
Y no sació mi sed el agua
Tomé el sendero sin saber
que me alejaba para no volver


Dulce como miel
probar el roce de su piel
Ella en el suelo, yo en el aire

Dulce pero cruel
llenó mi mundo de papel
Jamás pensé que llegaría a helarme
que perdería el calor
y con el tiempo la razón


En el camino tropecé
con esa piedra desde la que arranqué
Tomé el sendero sin saber
que me alejaba para no volver


En el camino encontré
lo que jamás pensé tener
Tuve que correr
cuando en el viento pude oir
que igual que vine habría de marcharme

que como vine habría de marcharme


Antonio Vega

7 de septiembre de 2015

Henri Rousseau, “El Aduanero”


Henri Rousseau

(por El Ojo en el Cielo)

El impostor

La llamada Ley de la Memoria Histórica se reveló muy pronto como lo que era: una ley insuficiente y fría con las víctimas, que parece menos concebida por la izquierda para solucionar el problema del pasado que para mantenerlo vivo durante mucho tiempo y, mientras tanto, poder usarlo contra la derecha. De todas maneras, en el fondo da un poco lo mismo, porque esa ley hace tiempo que no se aplica, según el actual gobierno de derecha porque no hay dinero para aplicarla, y muchas de las asociaciones que florecieron en la década anterior, enzarzadas por lo demás y desde muy pronto en discusiones bizantinas e incomprensibles peleas internas, han desaparecido o manotean en dique seco, sin fondos y quizá sin futuro, como le ocurre a la propia Amical. El juez Garzón, por su parte, creyó que era posible hacer lo que se proponía hacer, pero se equivocaba: en febrero de 2012 fue condenado a once años de inhabilitación y expulsado de la judicatura, en teoría por su modo de rastrear una organización que financiaba de forma ilegal al partido en el gobierno y en la práctica por eso mismo, pero sobre todo por pretender investigar los crímenes del franquismo, por haberse ganado demasiados enemigos y demasiado poderosos y en definitiva por meter las narices donde no le llamaban. Mientras tanto, los cadáveres de los asesinados siguen en las fosas comunes y en las cunetas -la llamada Ley de la Memoria Histórica no asumía las exhumaciones sino que las subvencionaba, y las subvenciones se han acabado-, las víctimas no obtendrán una reparación total y este país nunca romperá del todo con su pasado ni lo asumirá del todo ni eliminará del todo la mentira que está en el origen o en el fundamento de todo, nunca se reconocerá o se conocerá a sí mismo como lo que fue, es decir como lo que es, los españoles no tendremos nuestra Vergangenheitsbewältigung. No, como mínimo, hasta que el pasado vuelva otra vez. Sólo que cuando vuelva ya será demasiado tarde, al menos para las víctimas.

Esto es lo que hay. La industria de la memoria resultó letal para la memoria, o para eso que llamábamos memoria y que era apenas un cobarde eufemismo. Fue tal vez la última oportunidad, y la perdimos. Lo peor es creer que uno se salva por haberse salvado: quizá durante años la ficción nos salvó, del mismo modo que durante años salvó a Marco y a don Quijote; pero al final quizá sólo la realidad pueda salvarnos, del mismo modo que al final la realidad salvó a don Quijote devolviéndole a Alonso Quijano y quizá salve a Marco devolviéndole al verdadero Marco. Suponiendo que tengamos salvación, claro está: Cervantes salvó a Alonso Quijano y, sin saberlo o sin reconocerlo, quizá yo estoy haciendo lo posible en este libro por salvar a Marco. La pregunta es: ¿quién nos salvará a nosotros? ¿Quién, al menos, hará lo posible por salvarnos? La respuesta es: nadie.

Javier Cercas

La gran broma final


Dejan los tambores de sonar
y un gong anuncia la retirada
Se discute la capitulación
mientras se aproximan carcajadas
Obtuve un premio por miedo a padecer
de cinco años de indolencia
Es la semana grande de la crueldad
y en nuestro honor celebran una fiesta

Yo me limitaba a contemplar
la misma grieta de la pared
Alguien dijo "habrá que demoler"
no sé cómo no lo vi llegar
Era el día de la gran broma final

Ha cundido el pánico en Madrid
salen fotos en la prensa rosa
En la alfombra roja habla el director
él sabe cómo se hacen bien las cosas
Puede que el tiempo te dé la razón
pero no queda tiempo; hoy es el día
en que dos planetas se estrellarán
mientras tú concedes entrevistas

Y ahora ya me empiezo a preguntar
cuál de estos chistes es el mejor
El del día en que te hablé de amor
sabiendo que daban temporal
o el del día de la gran broma final

Como un mar me presenté ante ti
en parte agua y en parte sal
Lo que no se puede desunir
es lo que nos habrá de separar
en el día de la gran broma final
Hay quien decía que era
grande y fuerte nuestro amor
y lo era igual que las Torres Gemelas
allá en Nueva York

Y cuando sabes que algo puede ir mal
y estallará bajo tu nariz
Cuando no es posible ser feliz
y te asustas como un animal
Es el día de la gran broma final

Cuando te griten con rabia
que tu amor entero fue una estafa
y tú protestes y no quede un alma allí para escuchar
Cuando ya no queden ritos
suene un golpe seco y casi un grito
y luego "ya no te molestes,

ya no hay nada que arreglar"
Es el día de la gran broma final


Ya nada será igual
tras el día de la gran broma final

Nacho Vegas