7 de diciembre de 2014

Volver a empezar (Nostalgias)



Cuando esa mañana la puerta de metal se cerró tras él sintió que veía el mundo con otros ojos, pese a la misma soledad de las calles a una hora tan temprana, pese al mismo frío del final del otoño. Se puso los cascos y al activar el aleatorio en el reproductor comenzó a sonar una de sus canciones favoritas, una canción que siempre le había acompañado en momentos importantes y que hacía demasiado tiempo que no escuchaba, al reconocer las primeras notas no pudo más que sonreír.

La noche anterior apenas había podido dormir, pero no debido al insomnio habitual, sino a un estado casi contemplativo de sus emociones, de sus deseos, de sus errores, de todo aquello que le había llevado a esa canción y a ese camino. Los mismos edificios, el mismo parque, la misma luz... sin embargo todo era distinto, los acontecimientos de los últimos años y esa vigilia de transición le habían llevado a tomar conciencia de una realidad que antes no veía.

Cualquier motor, cualquier motivo,
una pequeña emoción.
Un viejo amor, aquel vestido
que nunca te pude comprar.

Se había acabado todo.
Había empezado todo.
Por fin.


La vida es sueño (Acto II - Escena XVIII y XIX)

Clotaldo:
Lo que soñaste me di.

Segismundo:

Supuesto que sueño fue,
no diré lo que soñé,
lo que vi, Clotaldo, sí.
Yo desperté y yo me vi
(¡qué crueldad tan lisonjera!)
en un lecho que pudiera,
con matices y colores,
ser el catre de las flores
que tejió la primavera.

Allí mil nobles, rendidos
a mis pies, nombre me dieron
de su príncipe, y sirvieron
galas, joyas y vestidos.
La calma de mis sentidos
tú trocaste en alegría,

diciendo la dicha mía;
que aunque estoy de esta manera,
príncipe en Polonia era.

Clotaldo:
Buenas albricias tendría.

Segismundo:
No muy buenas: por traidor,
con pecho atrevido y fuerte
dos veces te daba muerte.

Clotaldo:
¿Para mí tanto rigor?

Segismundo:
De todos era señor,
y de todos me vengaba;
sólo a una mujer amaba
que fue verdad, creo yo,
en que todo se acabó,
y esto sólo no se acaba.
(Vase el rey.)

Clotaldo:
(Enternecido se ha ido
el rey de haberle escuchado.)

Como habíamos hablado
de aquella águila, dormido,
tu sueño imperios han sido,
mas en sueños fuera bien
entonces, honrar a quien
te crió en tantos empeños,
Segismundo, que aun en sueños
no se pierde el hacer bien.

(Vase.)

Segismundo:
Es verdad, pues: reprimamos
esta fiera condición,
esta furia, esta ambición,
por si alguna vez soñamos.
Y sí haremos, pues estamos
en mundo tan singular,
que el vivir sólo es soñar;
y la experiencia me enseña
que el hombre que vive sueña
lo que es hasta despertar.

Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe
y en cenizas le convierte
la muerte (¡desdicha fuerte!):
¡que hay quien intente reinar
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte!

Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.

Yo sueño que estoy aquí,
de estas prisiones cargado;
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

Calderón de la Barca

TED - La Esclavitud Moderna


Lisa Kristine

1 de diciembre de 2014

La carta


Sandra Batoni

"Querida Amiga:

Sé que hace demasiado tiempo que no te escribo, este abismo que conoces tan bien apenas me ha dejado hacerlo; volvió a abrirse no hace mucho, como siempre lo hizo, sin ni siquiera aproximar las consecuencias. No sabes lo mucho que he necesitado tu sonrisa, tus palabras de aliento, tu confianza en mí... estoy seguro que de habértelo dicho no habrías tardado en venir pero necesitaba salir de esto solo, como he hecho siempre, como estoy acostumbrado.

El otro día estuve en nuestra playa, recordé los primeros paseos por la arena y las conversaciones frente al mar, cuando todavía no te veía como lo hago ahora, con esta claridad y este cariño, con este profundo deseo de que seas feliz. Imagino que a estas alturas ya habrás encontrado a alguien, o que tendrás alguna esperanza entre tus manos; y si no es así tranquila, pronto llegará una persona que te entienda, que te valore, que no vaya siempre corriendo, que se pare a observar su reflejo en tus ojos y piense que sería maravilloso verlo cada mañana. Incluso yo, desde este amor que siento, tan diferente a ese, lo he pensado alguna vez: ¿quién no querría perderse en los pequeños detalles de tu vida? ¿quién no en la forma de tocarte el pelo? ¿quién no en la luz de tus abrazos?

Te mando estas líneas para despedirme, no encuentro otra manera, las cosas han cambiado demasiado por aquí: la gente, la familia, mis propias convicciones... nada es como antes, todo en lo que creía es efímero, se desvanece ante mis ojos y ya no aguanto más; si alguna vez consigo llegar al sitio que imagino te mandaré una postal y una carta con mis señas por si te apetece escribirme.

Hasta entonces y siempre, independientemente de cómo te trate la vida, acuérdate de mí y de este abrazo que te mando por si alguna vez te fallan las fuerzas; y por favor confía en ti, y sonríe, si pudieses verte por un momento como yo lo hago no podrías hacer otra cosa.

Con todo mi cariño,
M.
"

Inventario de lugares propicios al amor

Son pocos.
La primavera está muy prestigiada, pero
es mejor el verano.
Y también esas grietas que el otoño
forma al interceder con los domingos
en algunas ciudades
ya de por sí amarillas como plátanos.
El invierno elimina muchos sitios:
quicios de puertas orientadas al norte,
orillas de los ríos,
bancos públicos.
Los contrafuertes exteriores
de las viejas iglesias
dejan a veces huecos
utilizables aunque caiga nieve.
Pero desengañémonos: las bajas
temperaturas y los vientos húmedos
lo dificultan todo.
Las ordenanzas, además, proscriben
la caricia (con exenciones
para determinadas zonas epidérmicas
-sin interés alguno-
en niños, perros y otros animales)
y el «no tocar, peligro de ignominia»
puede leerse en miles de miradas.
¿Adónde huir, entonces?
Por todas partes ojos bizcos,
córneas torturadas,
implacables pupilas,
retinas reticentes,
vigilan, desconfían, amenazan.
Queda quizá el recurso de andar solo,
de vaciar el alma de ternura
y llenarla de hastío e indiferencia,
en este tiempo hostil, propicio al odio.


Ángel González

Doble salto mortal


¿Qué te parece que hoy comencemos el cuento por el final?
De las perdices sólo quedan los huesos,
de lo demás... ni rastro de felicidad.

¿Qué te parece que hoy desvelemos detalles de la verdad?
La bruja era guapa, el lobo era bueno,
del príncipe azul... no ha vuelto a saberse jamás.

Dime qué quieres que suene en la banda sonora,
elige entre Misa de Réquiem y Marcha Triunfal,
cualquier cosa que pueda cantar.

¿Qué te parece que hoy terminemos con un doble salto mortal?
Gracias por todo, el gusto fue nuestro,
la próxima vez... quién sabe cuándo será.


José Ignacio Lapido
(con Eva Amaral)