10 de junio de 2013

La mirada de Baker Street

Acababa de salir del metro y entonces caminaba por la plataforma 2 de la estación Baker Street, iba con la cabeza agachada, harto de los apretujones y del malhumor que había soportado dentro de la formación. Después de atravesar el control de billetes, recorrí pesadamente los pasillos hasta llegar a la escalera, subí tres peldaños, levanté el rostro y me di cuenta de su presencia. Ella venía bajando y me miraba con fijeza -sus ojos eran negros, profundos, enigmáticos-, pero enseguida desvió la vista. En esos segundos en los que me miró, sentí que lo dijo todo, como si hubiera soltado un código de género, la comunicación perfecta, un mensaje que miles de palabras no podrían descifrar, porque esos arcanos vienen de antes de la Glosa. Pasé a su lado espiándola por el rabillo del ojo, seguí subiendo. A los pocos escalones me di vuelta y allí estaba, parada, acechándome otra vez, pero de nuevo me escatimó sus ojos y continuó el descenso. Insinué dos pasos para arriba, uno para abajo y en esa danza estéril me detuve a considerar si debía volver y hablarle, decirle, no sé... es que tú me mirabas y yo también entonces… Qué estupidez. Apreté el cuello de mi abrigo y seguí mi camino, mientras la imaginaba entre mis brazos. Pensé en el calor de su cuerpo, tramé su voz, fragüé sus besos, su risa… y salí hacia la noche, hacia el frío, hacia la cotidianidad de mi vida.