29 de agosto de 2013

La sombra del águila

El caso es que Murat había bajado a la boca del infierno y ahora estaba de regreso, con un manojo de banderas rusas como trofeo.

-Llegué, vi y vencí, Sire.


Murat no era exactamente lo que entendemos por un tipo modesto. En cuanto a erudición, nunca había ido más allá de deletrear, no sin esfuerzo, el Manual Táctico de Caballería del ejército francés, que tampoco era precisamente la Crítica de la razón pura de don Emmanuel Kant. "El arma básica de la Caballería -empezaba el manual- se divide en dos: caballo y jinete...", y así durante doscientas cincuenta páginas. Respecto a lo del llegué y vi, Murat se lo había apropiado de un libro de estampas de sus hijos, algo que un general griego, o tal vez fuera romano, había dicho frente a las murallas de Troya cuando aquella zorra dejó a su marido para escaparse con un tal Virgilio, después de meterse dentro de un caballo de madera. O viceversa. Murat estaba muy orgulloso de haber retenido esa frase, que con la de "Y sin embargo, se mueve", de aquel famoso condottiero florentino, el gran general Leonardo Da Vinci, inventor del cañón, constituían la cumbre de sus conocimientos sobre literatura castrense y de la otra.


Arturo Pérez-Reverte