En la oscuridad el viejo podía sentir venir la mañana y
mientras remaba oía el tembloroso rumor de los peces voladores que salían del
agua y el siseo que sus rígidas alas hacían surcando el aire en la oscuridad.
Sentía una gran atracción por los peces voladores que eran sus principales
amigos en el océano. Sentía compasión por las aves, especialmente las pequeñas,
delicadas y oscuras golondrinas de mar que andaban siempre volando y buscando y
casi nunca encontraban, y pensó: las aves llevan una vida más dura que
nosotros, salvo las de rapiña y las grandes y fuertes. ¿Por qué habrán hecho
pájaros tan delicados y tan finos como esas golondrinas de mar cuando el océano
es capaz de tanta crueldad? El mar es dulce y hermoso. Pero puede ser cruel, y
se encoleriza tan súbitamente, y esos pájaros que vuelan picando y cazando, con
sus tristes vocecillas son demasiado delicados para la mar.
Decía siempre la mar.
Así es como le dicen en español cuando la quieren. A veces los que la quieren
hablan mal de ella, pero lo hacen
siempre como si fuera una mujer. Algunos de los pescadores más jóvenes, los que
usaban boyas y flotadores para sus sedales y tenían botes de motor comprados
cuando los hígados de tiburón se cotizaban altos, empleaban el artículo masculino,
le llamaban el mar. Hablaban del mar
como de un contendiente o un lugar, o aun un enemigo. Pero el viejo lo concebía
siempre como perteneciente al género femenino y como algo que concedía o negaba
grandes favores, y si hacía cosas perversas y terribles era porque no podía
remediarlo. La luna, pensaba, le afectaba lo mismo que a una mujer.
Ernest Hemingway