Estos cuatro muros eran todo lo que conocía, sólo conservaba
vagos recuerdos de la vida fuera de ellos; su decoración era inquietante:
cuadros pastoriles, peluches y un techo con una luna y varias estrellas
pintadas. Sin duda, la mente enferma que estaba detrás sólo perseguía destrozar
mi ya cansada alma; había intentado la fuga en numerosas ocasiones, pero
siempre resultaba frustrada de forma violenta...
Cuando todo parecía perdido, cuando no me quedaban fuerzas
ni para soñar, la puerta se abrió de repente: "Venga Agustín, se acabó el
castigo, puedes salir a jugar".