Recordó entonces la luz del pasado, y también su sombra; la desesperación y la rabia del hombre que contempla como se desgarran las velas y pierde el rumbo de su barco, del hombre que es incapaz de controlar su destino. Nunca había sido muy amigo de plegarias hasta entonces; también recordó eso, sus gritos al vacío, sus lágrimas ahogadas... y el silencio como única respuesta.
Pasarían muchos años pero jamás olvidaría ese silencio; de hecho se acabó acostumbrando a él, a veces incluso lo echaba de menos entre el bullicio de la ciudad.
Se levantó despacio y se dispuso a recorrer la suave pendiente que restaba, esta vez le costó más que de costumbre. Al llegar a la cima un pequeño claro se abrió ante sus ojos; con la mirada triste observó con asombro el bello contraste de las flores y la pequeña lápida de mármol.
Sonrió por un instante; no sabía de que se sorprendía, al fin y al cabo ya era otra vez primavera.