Recordaba aquella tarde lluviosa de un invierno como pocos, cuando juntas madre e hija tomaban un chocolate muy caliente frente al ventanal de mosaicos del cálido y acogedor salón. Recordaba las palabras de su madre que antes de ser madre fue filósofa y ahora ya no estaba, no físicamente. Fue en esta tarde lluviosa cuando su madre le dijo dónde podría encontrar su diario secreto cuando ella ya no estuviese. Y ahora lo estaba leyendo, ahora que ella ya no estaba…
“El fraude existencial no llega mágica ni altruistamente a nuestras vidas. No es un complot del universo ni una conspiración cósmica, sentimos que nuestra vida es un fraude porque nosotros también lo somos…No podemos cargar a factores externos o a otras personas el peso de las causas de lo que nos ocurre, pues en gran medida, nuestra conducta y actitudes ante determinadas circunstancias o hechos, no son más que vaticinios de las consecuencias venideras. Tampoco podemos esperar que los demás nos salven, pues tener personas de confianza a las que recurrir en determinadas situaciones es importante y necesario, sin embargo, somos nosotros los que debemos solventar, somos nosotros los que debemos actuar en primera y en última instancia, es decir, en instancia única. Somos el mejor recurso para nosotros mismos y lo demás son apoyos o abandonos y nada más.
Cuando no somos justos somos un fraude, cuando no afrontamos ni nos enfrentamos somos un fraude. Cuando no actuamos conforme a nuestro sentir seguimos siéndolo, y cuando somos un fraude para nosotros mismos, lo somos para los demás y entonces nuestra vida, toda ella, es un fraude existencial.
Si no merecemos esto tampoco lo merece el prójimo, pues a fin de cuentas todos disponemos de un tiempo finito y en general, ese final viene más pronto de lo que podamos imaginar, así pues, si por mucho que tratemos de usar nuestra imaginación nunca alcanzaremos este conocimiento finito, no creo que sea fructífero proliferar en fraudes existenciales, pues éstos producen una agónica sensación de infinitud, y en el fondo, por muy preparados que creamos estar para asumir esta tremenda carga, ser un fraude y que tu vida también lo sea, es del todo improbable de asumir… Quién crea que lo lleva bien o lo asume estupendamente, debe tener presente que este pensamiento puede ser sólo una creencia y que o bien no es consciente de lo que le ocurre realmente, o bien su creencia errónea no es más que la confirmación de lo que es: Un fraude existencial.
¿De los siete mil millones de humanos que dicen hay en el mundo cuántos podrían considerarse un fraude existencial?”.
Después de leer estas palabras y mirando al cielo habló con su madre y llorando musitó: “Yo soy un fraude mamá y mi vida es un fraude existencial”. Llovía y era una tarde lluviosa de invierno, un invierno más, un nuevo invierno sin ella.