1 de octubre de 2014

La ciencia oculta de los viejos templarios

Recién terminadas de campanear las doce y media por el hermano sirviente que estaba dedicado a este menester, una voz rompió la monotonía de la espera y dijo:
-Caballero, debido a la oscuridad que aquí dentro reina y a la valla que nos separa, nosotros sabemos quién sois vos, pero vos no sabéis quiénes somos nosotros. Lo que aquí se diga, aquí quedará. ¿Estáis dispuesto para hablar con nosotros?
-Si, lo estoy -contestó don Godofredo.
-¿Contestaréis con certeza y sin mentira a nuestras preguntas?
-Sí. Lo haré.
-¿Hará falta que lo juréis?
-No.
-¿Dais, pues, vuestra palabra de caballero?
-Sí. La doy.
-¿Cómo os llamáis?
-Godofredo.
-¿Qué edad tenéis?
-Veintiún años.
-¿Cuánto tiempo lleváis en la orden?
-Año y medio.
-¿Tenéis miedo a la muerte?
-Sí. Lo tengo. Por más desagradable que resulte confesarlo, el pensamiento de la muerte se impone en mí con pavorosa evidencia.
-La muerte, hermano, es lamentable sin duda, pero es una condición humana que todos debemos aceptar porque es inevitable. El hombre es polvo y vuelve al polvo; todas las cosas tienen su tiempo, y todo lo que hay bajo el sol su momento. Hay tiempo de nacer y tiempo de morir, tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado... Podemos aplazar el momento, arañar unos días, pero la muerte llegará y llegará para todos. Para la muerte no existen privilegios, ni méritos, ni sabiduría, ni nobleza... La vida humana está sometida a la ley del tiempo y de la consumición, todos morimos y somos como agua que se derrama en la tierra, que no puede volver a recogerse.

Antonio Galera Gracia