desnudas las espaldas,
en el dintel de oro de la puerta
dos ángeles velaban.
Me aproximé a los hierros
que defienden la entrada
y de las dobles rejas, en el fondo,
la vi confusa y blanca.
La vi como la imagen
que en leve ensueño pasa,
como el rayo de luz tenue y difuso
que entre tinieblas nada.
Me sentí de un ardiente
deseo llena el alma;
¡como atrae un abismo, aquel misterio
hacía sí me arrastraba!
Mas ¡ay!, que de los ángeles
parecían decirme las miradas:
"¡El umbral de esta puerta
sólo Dios lo traspasa!"
Gustavo Adolfo Bécquer