7 de septiembre de 2015

El impostor

La llamada Ley de la Memoria Histórica se reveló muy pronto como lo que era: una ley insuficiente y fría con las víctimas, que parece menos concebida por la izquierda para solucionar el problema del pasado que para mantenerlo vivo durante mucho tiempo y, mientras tanto, poder usarlo contra la derecha. De todas maneras, en el fondo da un poco lo mismo, porque esa ley hace tiempo que no se aplica, según el actual gobierno de derecha porque no hay dinero para aplicarla, y muchas de las asociaciones que florecieron en la década anterior, enzarzadas por lo demás y desde muy pronto en discusiones bizantinas e incomprensibles peleas internas, han desaparecido o manotean en dique seco, sin fondos y quizá sin futuro, como le ocurre a la propia Amical. El juez Garzón, por su parte, creyó que era posible hacer lo que se proponía hacer, pero se equivocaba: en febrero de 2012 fue condenado a once años de inhabilitación y expulsado de la judicatura, en teoría por su modo de rastrear una organización que financiaba de forma ilegal al partido en el gobierno y en la práctica por eso mismo, pero sobre todo por pretender investigar los crímenes del franquismo, por haberse ganado demasiados enemigos y demasiado poderosos y en definitiva por meter las narices donde no le llamaban. Mientras tanto, los cadáveres de los asesinados siguen en las fosas comunes y en las cunetas -la llamada Ley de la Memoria Histórica no asumía las exhumaciones sino que las subvencionaba, y las subvenciones se han acabado-, las víctimas no obtendrán una reparación total y este país nunca romperá del todo con su pasado ni lo asumirá del todo ni eliminará del todo la mentira que está en el origen o en el fundamento de todo, nunca se reconocerá o se conocerá a sí mismo como lo que fue, es decir como lo que es, los españoles no tendremos nuestra Vergangenheitsbewältigung. No, como mínimo, hasta que el pasado vuelva otra vez. Sólo que cuando vuelva ya será demasiado tarde, al menos para las víctimas.

Esto es lo que hay. La industria de la memoria resultó letal para la memoria, o para eso que llamábamos memoria y que era apenas un cobarde eufemismo. Fue tal vez la última oportunidad, y la perdimos. Lo peor es creer que uno se salva por haberse salvado: quizá durante años la ficción nos salvó, del mismo modo que durante años salvó a Marco y a don Quijote; pero al final quizá sólo la realidad pueda salvarnos, del mismo modo que al final la realidad salvó a don Quijote devolviéndole a Alonso Quijano y quizá salve a Marco devolviéndole al verdadero Marco. Suponiendo que tengamos salvación, claro está: Cervantes salvó a Alonso Quijano y, sin saberlo o sin reconocerlo, quizá yo estoy haciendo lo posible en este libro por salvar a Marco. La pregunta es: ¿quién nos salvará a nosotros? ¿Quién, al menos, hará lo posible por salvarnos? La respuesta es: nadie.

Javier Cercas